He leído con mucha satisfacción estos poemas de Patricia Von Fischer, quien a pesar de sus 21 años de edad no deja de sorprenderme, tanto por la transparente lucidez de su expresión como por la notable habilidad con que maneja el dinamismo del verso.
En Patricia no hay tan sólo una capacidad intuitiva para percibir los secretos de la poesía. Hay además una sólida formación humanística, adquirida seguramente durante su infancia y adolescencia tan cercana aún. Ello se percibe en la claridad cristalina de sus palabras, en la redondez plena de sus períodos rítmicos, y también en los motivos clásicos que subyacen en la temáticas de sus poemas: ese profundo simbolismo panteísta que le permite realizar un exultante canto a la vida, la mesurada humildad frente a lo desconocido, la captación del misterio como la raíz configurante de nuestra naturaleza.
También nos encontramos en ella con la avidez por la palabra viva, por esa expresión capaz de echar fuera de uno mismo los rumores de la conciencia y de la inconciencia. «Quiero alcanzarte y dominarte, verbo!» , dice Patricia, pero no por el simple afán de superar una dificultad, no por un mero devaneo, sino para poseer el instrumento que puede iluminar la incertidumbre de las instruiciones espirituales y conseguir así el ansiado «regreso a casa» con que tan certeramente cifra el reintregro de la vida al orden universal.
Poesía profunda la de Patricia, poesía de un espíritu fino cuya delicadeza nos permite creer que ha conseguido ya cosas hermosas.
En esta tierra y en esta época, cuando puede percibirse un vigoroso movimiento literario nacido de jóvenes casi niños, cuyas edades oscilan entre los 15 y los 20 años, no es para mí arriesgado anticipar la conquista, por parte de Patricia von Fischer, de una poesía de permanencia, de una poesía que habrá de hacer honor a nuestra literatura.
Para Patricia, mis mejores augurios y mi deseo de que continúe en la senda que tan acertadamente ha comenzado a desbrozar.